miércoles, 29 de octubre de 2008

LA HISTORIA REPETIDA

A mediados de los años 50 del siglo XIX, miles de chinos llegaron a California atraídos por la fiebre del oro y la expansión del tren. La joven nación de los Estados Unidos se aprovechó de esta mano de obra para cimentar su crecimiento. Sin embargo, tras la Guerra Civil, la situación económica empezó a deteriorarse y subió el paro. Entonces, la población dirigió sus iras contra los chinos y se formaron grupos violentos contra la “competencia desleal” de ojos rasgados. En 1871, 21 chinos fueron linchados en Los Ángeles; en 1877, una multitud enfurecida atacó Chinatown durante 3 días; en 1882, el Congreso decidió prohibir la entrada de chinos mediante la Chinese Exclusion Act.

A comienzos del pasado siglo XX, cientos de miles de europeos, sobre todo italianos, rusos, polacos y griegos, llegaron a Estados Unidos empujados por el hambre y la miseria. Se instalaron en las emergentes ciudades y trabajaron duro para formar parte de una nación en pleno y potente desarrollo. Sin embargo, salvo excepciones, fueron obligados a vivir en ghettos y tratados como criminales. De hecho, los estadounidenses preferían a los emigrantes de Gran Bretaña y Europa del Norte. Como la arribada no cesaba, en 1917 aprobaron una ley que prohibía la llegada de analfabetos y fijaron cuotas: tan solo serían admitidos 3.600 italianos por año.

El 29 de octubre de 1929, hace hoy 79 años, ha sido bautizado como el Martes Negro. Fue el día en que la Bolsa de Nueva York se hundió definitivamente. Este Crack del 29 trajo consigo la Gran Depresión de los años 30, durante la cual los países industrializados entraron en un irreversible declive económico. Algunos países europeos, como Alemania, se vieron muy afectados: desplome industrial, ruina de los bancos, hundimiento de los salarios, aumento del desempleo hasta llegar al 30% en 1932. El Partido Nazi se aprovechó de todo ello y culpó de todos los males a judíos y comunistas con el apoyo masivo de una población empobrecida. El resto de la historia es harto conocida: expulsiones, ghettos, campos de concentración y cámaras de gas.

Comienza el siglo XXI. La bonanza económica en una Europa cada vez más fortalecida atrae a los desesperados del Planeta. Millones de inmigrantes de Sudamérica, África, Asia y Europa del Este llegan a la Tierra Prometida. Pero en 2008 una terrible crisis financiera sacude al mundo y se proclama el fin del capitalismo tal y como lo hemos conocido hasta ahora. En Italia, Berlusconi arremete contra los gitanos; en Francia, Sarkozy propugna la “inmigración especializada”; en España, los socialistas giran a la derecha y promueven normas cada vez más restrictivas. Europa aprueba la Directiva de Retorno, que abre la puerta a la expulsión de menores de edad y trata a los inmigrantes como criminales.

Si es que nunca aprendemos.

miércoles, 22 de octubre de 2008

FELIPE Y CARMENCITA

La vieron llegar con el raído pañuelo negro en la cabeza y con el mismo paso renqueante de siempre, la vieja Carmencita. Salió de su casa bien de mañana, casi después del alba, llevando consigo un pequeño taburete de madera como si tuviera la intención de sentarse en cualquier parte a esperar que cualquier cosa fuera a ocurrir ante sus ojos.

Era asunto curioso y digno de mil y un comentarios la actitud de Carmencita, cruzando todo el pueblo, que debió tardar casi dos horas, de una punta hasta la otra con un taburete en una mano y sujetándose con la otra a las paredes encaladas de las casas y a los soportales y a los barrotes de las ventanas.

Despertaba a su paso la curiosidad y también la inquietud de sus convecinos, que se miraban extrañados y se preguntaban que a dónde iba con tanto desespero esta mujer, que hacía años que ni salía de casa sino para ir al médico y ahora tanto andar y andar por medio del pueblo. Algunos le preguntaron que qué pasaba, pero ella ni se molestó en darse la vuelta para contestar.

Así llegó, agotada de tanto trajín, hasta el pie de la colina junto a las últimas casas habitadas y se detuvo sin motivo aparente. En medio de aquel secarral plantó su taburete de madera, se secó el sudor con la manga de su negro vestido de toda la vida y, finalmente, se sentó. “De aquí no sacan a mi Felipe sin mi permiso”, dijo. Dos metros bajo los pies de Carmencita y bajo las cuatro patas del taburete de madera, un montón de huesos y una vieja bala fascista llevan setenta años esperando por este momento.

miércoles, 15 de octubre de 2008

LAS VERDADES DE JÉRÔME


Lo conocí una mañana de marzo de 2006. Me recibió atentamente en su pequeña iglesia redonda, situada sobre una pequeña y arenosa montaña del centro de Nuadibú. El padre Jérôme Otitoyomi (en la imagen), un valiente cura nigeriano, llevaba ya tiempo dando asilo y refugio a quienes llegaban desde lo más profundo del continente africano en busca de un cayuco para llegar a Canarias. En los últimos seis años ha enterrado con sus propias manos a más de una veintena de jóvenes que el mar se encargó de arrastrar hasta la costa. Es una voz autorizada, una persona que se ha entregado en cuerpo y alma a quienes nada tienen, sin importarle su religión o su origen.
El padre Jérôme lo acaba de decir en una entrevista concedida a la revista Jeune Afrique. “Aquí hay siempre un montón de gente que quiere partir a toda costa. Las nuevas leyes y políticas de Europa… ¡eso no les dice nada! Cada uno busca la más mínima abertura, cada cual piensa que va a encontrar su oportunidad. Las salidas de cayucos continúan y van a continuar”, asegura el religioso.
Esta ciudad mauritana sigue siendo, hoy por hoy, el principal punto de salida de embarcaciones hacia Canarias. Los chicos vienen desde Malí y desde Senegal, pero también desde Gambia, Guinea Bissau o Costa de Marfil. En Nuadibú se concentran y aguardan su momento. Sólo es cuestión de tiempo que asistamos a la próxima tragedia. Será una barcaza a la deriva con decenas de muertos, un naufragio a pocos metros de la costa o la presencia a bordo de muertos anónimos, fallecidos a causa del esfuerzo, la hipotermia y la deshidratación… pero también por la sordera de una Europa blindada por sus cuatro costados.
Que en medio de tanta crisis financiera y tanto crash bursátil no hablemos de ellos, no significa que no existan. Como dice Jérôme, pese a todo y contra todo, los cayucos seguirán zarpando.

sábado, 11 de octubre de 2008

LINDA HISTORIA

el amigo Pablo Arévalo me manda esta historia y se me ha ocurrido colgarla en el blog.

En un Avión...
¿Cuál es el problema, Sra.? - Pregunta la azafata.
¿Es que no lo ve? - Responde la dama - Me colocaron junto a un indígena. No soporto estar al lado de uno de estos seres repugnantes.¿¿¡¡No tiene otro asiento!! ??
Por favor, cálmese… -dice la azafata- Casi todos los asientos están ocupados. Pero, voy a ver si hay un lugar disponible.
La azafata se aleja y vuelve de nuevo algunos minutos más tarde: Sra., como yo pensaba, ya no hay ningún lugar libre en la clase económica. Hablé con el comandante y me confirmó que no hay más sitios disponibles en la clase económica. No obstante, tenemos aún un lugar en primera clase.
Antes de que la dama pueda hacer el menor comentario, la azafata sigue: Es del todo inusual permitir a una persona de la clase económica sentarse en primera clase. Pero, dadas las circunstancias, el comandante encuentra que sería escandaloso obligar a alguien a sentarse junto a una persona tan repugnante.
Y dirigiéndose al indígena, la azafata le dice: Si el Sr. lo desea, tome su equipaje de mano, ya que un asiento en primera clase le espera.
Todos los pasajeros alrededor, que, sorprendidos, presenciaban la escena se levantaron y aplaudieron...

miércoles, 8 de octubre de 2008

LA CRISIS, SEGÚN YO

Perdonen el atrevimiento, pero estoy hasta el Ecofin de que me hablen de la crisis financiera internacional, de las caídas bursátiles y de otras vainas sin enterarme un copón bendito mientras mi economía doméstica funciona peor que los ascensores del hospital Insular. Así que acabo de terminar un cursillo acelerado de macroeconomía por Internet y me he puesto al día en estas cuestiones trascendentales. Paso a hacerles un pequeño resumen.
Durante los últimos años ha habido un montón de gente que se ha dedicado a enriquecerse, sobre todo con el tema inmobiliario. Un constructor me dijo el otro día que el coste de un piso normalito es de unos 6 ó 7 millones de pesetas. Me quedé flipado. ¿Por qué, entonces, los estaban vendiendo a 30 y 40 millones? ¿Quién se quedaba todo ese dineral? Pues unos cuantos avariciosos que se han forrado con las necesidades de vivienda de la gente. Y, por supuesto, los bancos que han hecho tremendo negocio dando créditos a todo quisque.
Claro, porque todo el mundo se ha tenido que hipotecar hasta las orejas para poder pagar esos precios abusivos que cada vez subían más. Y ha llegado un momento, con la subida de la gasolina y de los productos básicos, en que la gente no puede pagar sus hipotecas, ya que hasta ahora no se ha inventado un sistema para dejar de comer. Entonces los bancos ya no ingresan el dinero que necesitan para seguir especulando y jodiéndonos la vida con los intereses, con lo cual se van a la quiebra. Y a partir de ahí todo se desmorona.
La única manera de frenar esta espiral es que los gobiernos intervengan para salvar a los bancos. Pero claro, esa inyección de fondos se hace con dinero público, es decir, con el que usted y yo pagamos a través de los impuestos. O sea que esta gente, al final, nunca pierde y nosotros pagamos los platos rotos.
De momento, anteayer me quedé más tranquilo cuando unos señores de chaqueta y corbata, todos muy elegantes, se reunieron con Zapatero para anunciar que tengo mis ahorros garantizados hasta 50.000 euros. Yo los escuchaba hablando a estos propietarios de bancos y me hacía las mismas preguntas que imagino se harían muchos de ustedes. Pero, ¿de qué ahorros me está hablando esta gente si no tengo un chavo y lo único garantizado es que voy a estar pagando la hipoteca hasta que me jubile? En definitiva, que la cosa está jodida.

jueves, 2 de octubre de 2008

SAHARA, LA INDIFERENCIA CONTINÚA


Al menos 34 personas heridas a causa de la violencia policial, decenas de jóvenes arrestados y encarcelados y otras tantas casas registradas a la fuerza. Éste es el desolador paisaje que la Gendarmería marroquí dejó tras de sí el pasado lunes 22 de septiembre en la ciudad ocupada de Smara, en el Sahara Occidental. De nuevo, la impunidad de un régimen que se burla una y otra vez de las resoluciones de la ONU y que viola de manera flagrante los mínimos derechos de la gente ante la pasividad internacional.
Esta sección en la que escribo se llama Los Invisibles. Y si alguien tiene derecho por mérito propio a figurar bajo esta categoría son, precisamente, los saharauis que viven en los territorios ocupados ilegalmente por Marruecos. Nadie los ve. A nadie parecen preocuparles decenas de miles de hombres, mujeres y niños que sufren desde hace años el acoso y la violencia permanente de un régimen que no les reconoce ni derechos ni libertades, ni individuales ni colectivas. Y duele de manera especial que los canarios nos hayamos convertido en unos virtuosos del arte de mirar hacia otro lado respecto de este conflicto. No sólo estamos a tiro de piedra, sino que compartimos un pasado común. Tan pronto los hemos olvidado. O lo que es aún peor, empresarios y políticos de estas Islas se están lanzando ya sobre los recursos naturales o las posibilidades de negocio de este territorio, algo seriamente cuestionable desde la óptica de la legalidad internacional. He visto ese despliegue de violencia con mis propios ojos en ciudades como El Aaiún o en la ya citada de Smara, nadie ha tenido que venir a contármelo. Los activistas de Derechos Humanos que lo denuncian a diario se exponen a dar con sus huesos en las cárceles del régimen marroquí y, pese a tanta indiferencia, siguen en su tarea. Mientras tanto, a 100 kilómetros de allí, el Parlamento de Canarias se reúne, el Cabildo de Gran Canaria aprueba una moción y crece una ola de indignación… porque un bufón mediático quiere cambiar el nombre de una isla. Tanto ruido para nada. ¿Qué quieren que les diga? A lo mejor tendríamos que dejar de mirarnos un poco el ombligo.
 
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