martes, 16 de junio de 2009

EL ALCALDE LOWN


Se llama J.W. Lown. Era, hasta hace poco más de un mes, el alcalde de una conservadora ciudad de unos 100.000 habitantes situada en Texas (Estados Unidos) llamada San Angelo. La gente lo quería porque este republicano de 32 años era honesto, trabajador y un magnífico gestor. De hecho, el pasado 9 de mayo revalidó su mayoría absoluta con un 89% de los votos. Sin embargo, decidió no presentarse a su toma de posesión y arrojar por la borda una prometedora carrera política.

¿La razón? J.W. Lown se había fugado a Méjico para vivir su historia de amor. Resulta que el alcalde se había enamorado de otro hombre, un mexicano, un inmigrante sin papeles que cursaba sus estudios universitarios en los Estados Unidos. Desde allí, desde Méjico, anunció a sus vecinos su decisión. “Si me hubiera quedado y dado la espalda al amor”, dijo, “me habría arrepentido toda mi vida”. El problema es que era incompatible ser alcalde y, a la misma vez, compartir su existencia con otro hombre que, para colmo, carecía de papeles para residir legalmente en Estados Unidos.

Hace tiempo que esta fascinante historia de amor y renuncia me estaba rondando por la cabeza. Sin embargo, no me había animado a reflexionar en voz alta sobre ella hasta ahora mismo, en la semana en que celebramos el Día Mundial del Refugiado. Lown, con su valentía, nos muestra un cachito del mundo en que vivimos, cada vez más plural, más mestizo, más revuelto, un universo cambiante que no todos acaban por aceptar. Ahora no se sabe muy bien quién es el emigrante o quién es el expulsado, si el joven ex alcalde Lown o su más joven todavía novio indocumentado.

En el fondo, y según sus propias palabras, lo que Lown vio incompatible fue mantenerse en el puesto de alcalde y, a la vez, ayudar a un sin papeles. Esto también sería incompatible en España en este momento. De hecho, la nueva Ley de Extranjería que promueve nuestro Gobierno pretende penar la hospitalidad, es decir, que si alguno de ustedes es sorprendido dando acogida a un inmigrante irregular, que se amarre los machos, porque les caerá encima todo el peso de la ley. Ser buenas personas, penado por la norma. Lo que nos faltaba.

Este es el mundo que algunos están construyendo. Un mundo en el que millones de personas se están moviendo de un lado para otro por mil causas que van desde el hambre hasta el amor, pasando por la falta de horizontes, la miseria, el cambio climático, la guerra, la explotación de los recursos o la desesperanza. Y, sin embargo, en los países más ricos despreciamos a todos esos que vienen del otro lado, los detenemos, los encarcelamos, los mandamos de vuelta a sus países o los condenamos a vagar sin papeles para que no les quede más salida que vender CDs en la calle y así poder volver a detenerlos, encarcelarlos y tener una nueva oportunidad de subirlos a la fuerza en un avión y mandarlos de vuelta a su país. Y vuelta a empezar.

Y casi nunca nos damos cuenta que bajo esa categoría general de “inmigrante sin papeles” que nos hemos montado en la cabeza hay personas con ilusiones y esperanzas. Y que muchos de ellos vienen huyendo de horrores que no podemos ni imaginar, horrores a veces creados por nosotros mismos desde nuestra plácida Europa.

Sin embargo, al mismo tiempo, hay otro universo que emerge. El mundo de quienes creen que otro mundo es posible. Lo fabrican a diario los hacedores de sueños, los que luchan contra la destrucción del Planeta y quienes creen con firmeza en los valores positivos del ser humano, que también los hay. Porque quizás sólo haya una cosa que nos pueda salvar de nosotros mismos y ese algo sea la fuerza invisible e imparable que movió a J.W. Lown a marcharse a Méjico con su novio y despreciar su acomodado estatus. Es la misma fuerza que mueve a cientos de miles de personas a intentar cambiar esa antigua forma de ver el mundo lleno de fronteras y de ombliguismos absurdos. Vale la pena intentarlo.

1 comentario:

Ico dijo...

Hermoso post.. la fuerza del amor, ojalá sea esta la que lleve un poco de cordura en estos momentos a la sociedad y no venza el arribismo, la intolerancia y el egoismo.

 
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